Hace varios meses, en otro hospital, otra vida, otras circunstancias.
9 de la mañana. Onceavo piso. El pase de visita comenzó a las 6. Yo empecé mi propia jornada el día anterior a las 6 de la tarde. He estado tan ocupado toda la noche que no he tenido oportunidad de comer, no he ido al baño mas que una sola vez, y no dormí un solo minuto. Es el servicio de trauma, el que más trabajo tiene en el hospital durante este verano.
El jefe de residentes, el lider, se detiene a contestar un mensaje que le ha llegado del médico adscrito. En un hospital universitario como este, los adscritos no pasan visita con nosotros los residentes. Algunos de ellos no pasan visita nunca, y a quienes conocen los pacientes es a nosotros. El jefe de residentes guía y toma decisiones, y nosotros, los internos y residentes, somos los peones que hacemos la talacha. Los demás, que apenas llevan tres horas en el hospital aprovechan para contestar sus propias llamadas, firmar notas, ordenar medicamentos.
Yo encuentro una silla y me siento. No por mucho tiempo; de reojo veo algo que me llama la atención. Todos los jueves, y hoy es jueves, hay una sesión de artículos donde sirven desayuno. No es gran cosa, café y bagels, pero en mi estado, es un manjar. Volteo hacia la puerta y veo que han dejado el desayuno afuera, el mozo que entrega el desayuno no habrá tenido una identificación electrónica como la mía para abrir la puerta.
Camino, corro, me tropiezo, hacia esa delicia que me espera, salivando ya... Con una mano levanto la bandeja llena de bagels, strudels, donas, pasteles de zanahoria y plátano, y con la otra una gran jarra de café y vasos de cartón. Con mis dos manos ocupadas me doy cuenta que no puedo ni abrir la puerta ni disfrutar esta deliciosa orgía de carbohidratos. Volteo hacia donde está M., uno de mis compañeros internos.
"M.!" Sin interrumpir su conversación telefónica voltea y me hace una cara de "guachuwant?". "Come here, M.". "guachuwant?", de nuevo. Idiota, que vengas y me ayudes, pienso. Volteo, veo la puerta, mis manos ocupadas, la puerta, mis manos ocupadas. Se me ocurre cómo llamar su atención. Hacerme el chistoso. Siempre funciona. Di algo cómico y vendran a ayudarte.
Sin volver a voltear, y en voz alta desmedida por el desvelo o quéséyo, digo, "I need help STAT!". No sé ni cómo pero me ingenio una manera de abrir la puerta, la empujo, entro y deposito el manjar sobre la mesa, la rodeo, tomo una deliciosa bagel, y...
Al voltear hacia arriba me doy cuenta del mar de gente que entra al pequeño cuarto de residentes. Enfermeras, residentes y estudiantes corren al rescate. Alguien empuja un "crash cart" por si acaso es necesario intubar o resucitar a alguien.
Mi jefe de residentes, un gringo enorme de Colorado que solía ser guardabosques, después de colgarle el teléfono al adscrito sin decir más, se abre paso entre los demás: "Where is the code?"
Yo sólo necesitaba ayuda para meter el desayuno.
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1 comment:
Interesante blog Doctor sigue contando mas anecdotas
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