No puede haber un blog sobre medicina o cirugía, sin tenerlos. Los Darwin Awards, en su concepción original, son un tributo al mejoramiento del genoma humano honrando a aquéllos que accidentalmente se han removido a sí mismos de él. En el mundo de la cirugía de trauma y la medicina crítica, los Darwin Awards suelen ser entregados a pacientes que hacen las cosas más increíbles para escapar de esta vida terrenal de una manera no voluntaria, lo logren o no.
El más reciente va a Don Carson, quien llegó apenas anoche a nuestra unidad de terapia intensiva. Fue un traslado de otro hospital ya que por allá no tenían los recursos necesarios para lidiar con tan interesante caso… Mr. Carson, un jovenzuelo de 57 años, ha fumado mucho toda su vida. Tiene Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica (EPOC o COPD), una condición en la cual los pulmones han sido destruidos a tal grado que los pacientes tienen que estar conectados a una fuente de oxígeno constantemente, no pueden caminar más de unos cuantos pasos sin sentir falta de aire, y suelen estar confinados a su casa ya que salir es toda una faena.
No habiendo aprendido con la destrucción casi total de sus pulmones, Mr. Carson sigue fumando. No sólo eso, sino que lo hace mientras su nariz está conectada a una fuente de oxígeno puro, un gas extremadamente inflamable. Lo que sigue es algo que tristemente sucede una y otra vez. Unidades como en la que trabajo yo durante este mes, reciben por lo menos un COPDer con la cara quemada y habiendo perdido las cejas y pestañas al mes. Vivirá, sus quemaduras aunque dolorosas, no son graves. Seguramente seguirá fumando.
Hace unos meses, mi favorito. Este tipo salió a beber con sus amigos un viernes en la noche. No recuerdo su nombre, así que ni inventar uno para cambiárselo por privacidad y esas cosas. Después de solamente unas cuatro o cinco cervezas (según él), se subió a su motocicleta para regresar a casa. ¿A qué hora? Como a las 3 ó 4 de la mañana, no se acuerda bien. ¿Traía casco? No. Pero un momento, son las diez de la mañana cuando llega a mi bahía de trauma… Resulta que estaba tan borracho, que al tomar la avenida principal de la ciudad hacia su casa, resbaló su motocicleta y terminó en un vado. Como estaba oscuro y no había nadie en la carretera, nadie lo vio caer, nadie llamó a la policía, nadie le ayudó. No fue hasta que se levantó, con una cruda de los mil demonios, en un vado, que sacó su celular y ¡él mismo llamó a una ambulancia! Por lo general cuando llegan las esposas u otros seres queridos a ver a mis pacientes, se abalanzan sobre ellos para abrazarlos, llenarlos de besos y decir cuántotequireo québuenoquestasvivo, etc… Su esposa entró, le dio un bolsazo (léase traumatismo craneoencefálico por bolsa femenina voladora), me preguntó cuándo podía venir a recogerlo, y se fue.
Por supuesto que las mejores anécdotas vienen de aquéllos que deciden hacer cosas después de haber bebido. Como el que creyó que el mejor momento para podar el árbol de su jardín fue después de tomar un 12 pack de Bud Light y se fracturó más de un hueso después de bajar de una manera poco ortodoxa de la escalera. O el que se puso la pistola debajo de la mandíbula para volarse los sesos, pero le falló, y lo único que se voló fue la mandíbula misma… A ese sí le fue mal, porque si antes era inseguro y estaba deprimido, ahora que estaba feo y desfigurado, más… O el tipo que con dos six packs de Coronas encima aprendía el arte del “car surfing”, donde uno o más individuos se balancean sobre el cofre de un auto mientras otro igual de inteligente y de borracho lo maneja. Sus astutos amigos lo levantaron del pavimento, y supusieron que no respondía porque tendría mucho sueño. Lo subieron al asiento trasero para que descansara y lo dejaron ahí hasta la mañana siguiente, cuando nos lo trajeron, únicamente para declarar su cerebro oficialmente muerto.
Una vez entré a un cuarto de terapia intensiva riéndome de lo que una enfermera me acababa de decir. La sonrisa enorme abarca mi boca entera, enseñando todos mis dientes, incluyendo el que me rompí en el accidente aquél, cuando mis ojos se encuentran con los ojos de una mamá destruida. Su hijo de dieciocho años se tomó una botella entera de Tylenol para demostrarle a su novia que lo acababa de dejar, lo mucho que la quería. El Tylenol, que lo tomamos tan a menudo para jaquecas y dolores musculares, puede ser extremadamente tóxico para el hígado. Más de 4 gramos en un espacio de menos de 24 horas (que puede ser tan poquito como 8 pastillas, dependiendo de la dosis), puede causar falla hepática fulminante.
Un ser humano no puede sobrevivir por mucho tiempo con falla hepática fulminante. Por lo general lo primero que sucede es algo que se conoce como encefalopatía hepática, una condición en al cual el estado mental del paciente se deteriora rápidamente, hasta el punto que no pueden ni siquiera hablar o mantener su propia vía aérea. Lo típico es que son intubados pronto, y poco a poco sus órganos comienzan a fallar. La única solución suele ser un trasplante hepático, y la muerte llega en pocas horas si éste no se consigue. La mamá de Antonio acababa de tomar la decisión de “desconectarlo” y dejarlo morir en paz, después de considerar sus pocas posibilidades de sobrevivir. Lo que menos necesitaba en ese momento eran mis carcajadas.
No es que seamos cínicos, los médicos. Bueno, a la mejor lo somos, un poquito… Pero es que es necesario desarrollar mecanismos de defensa para que sobreviva el espíritu. Cuando cuento estas anécdotas, a la mejor lo hago con un poco de sarcasmo, o quizás se asoma la sombra de una risilla por la esquina de mi boca. Pero la verdad es que a pesar de eso, estos pacientes sufren de un dolor tremendo, y lo que es peor, generalmente hay por lo menos un papá, una mamá, una esposa o un hijo sufriendo más que el paciente mismo. Detrás de mi cinismo y el alto e inapropiado volumen con el que cuento mis historias en las fiestas, después de un par de cervezas, se esconde una profunda tristeza y algo de empatía por mis pacientes. Son los más estúpidos los que más me entristecen, porque sé que alguien con dos dedos de frente que cometió alguna tarugada tendrá la inteligencia de seguir adelante y enderezar su camino, mientras que aquellos que no cuentan con la suficiente masa encefálica, porque nacieron sin ella o la han ido dejando por ahí, embarrada en el pavimento, son los que regresarán una y otra vez a ser mis pacientes. Los estaré esperando.
El más reciente va a Don Carson, quien llegó apenas anoche a nuestra unidad de terapia intensiva. Fue un traslado de otro hospital ya que por allá no tenían los recursos necesarios para lidiar con tan interesante caso… Mr. Carson, un jovenzuelo de 57 años, ha fumado mucho toda su vida. Tiene Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica (EPOC o COPD), una condición en la cual los pulmones han sido destruidos a tal grado que los pacientes tienen que estar conectados a una fuente de oxígeno constantemente, no pueden caminar más de unos cuantos pasos sin sentir falta de aire, y suelen estar confinados a su casa ya que salir es toda una faena.
No habiendo aprendido con la destrucción casi total de sus pulmones, Mr. Carson sigue fumando. No sólo eso, sino que lo hace mientras su nariz está conectada a una fuente de oxígeno puro, un gas extremadamente inflamable. Lo que sigue es algo que tristemente sucede una y otra vez. Unidades como en la que trabajo yo durante este mes, reciben por lo menos un COPDer con la cara quemada y habiendo perdido las cejas y pestañas al mes. Vivirá, sus quemaduras aunque dolorosas, no son graves. Seguramente seguirá fumando.
Hace unos meses, mi favorito. Este tipo salió a beber con sus amigos un viernes en la noche. No recuerdo su nombre, así que ni inventar uno para cambiárselo por privacidad y esas cosas. Después de solamente unas cuatro o cinco cervezas (según él), se subió a su motocicleta para regresar a casa. ¿A qué hora? Como a las 3 ó 4 de la mañana, no se acuerda bien. ¿Traía casco? No. Pero un momento, son las diez de la mañana cuando llega a mi bahía de trauma… Resulta que estaba tan borracho, que al tomar la avenida principal de la ciudad hacia su casa, resbaló su motocicleta y terminó en un vado. Como estaba oscuro y no había nadie en la carretera, nadie lo vio caer, nadie llamó a la policía, nadie le ayudó. No fue hasta que se levantó, con una cruda de los mil demonios, en un vado, que sacó su celular y ¡él mismo llamó a una ambulancia! Por lo general cuando llegan las esposas u otros seres queridos a ver a mis pacientes, se abalanzan sobre ellos para abrazarlos, llenarlos de besos y decir cuántotequireo québuenoquestasvivo, etc… Su esposa entró, le dio un bolsazo (léase traumatismo craneoencefálico por bolsa femenina voladora), me preguntó cuándo podía venir a recogerlo, y se fue.
Por supuesto que las mejores anécdotas vienen de aquéllos que deciden hacer cosas después de haber bebido. Como el que creyó que el mejor momento para podar el árbol de su jardín fue después de tomar un 12 pack de Bud Light y se fracturó más de un hueso después de bajar de una manera poco ortodoxa de la escalera. O el que se puso la pistola debajo de la mandíbula para volarse los sesos, pero le falló, y lo único que se voló fue la mandíbula misma… A ese sí le fue mal, porque si antes era inseguro y estaba deprimido, ahora que estaba feo y desfigurado, más… O el tipo que con dos six packs de Coronas encima aprendía el arte del “car surfing”, donde uno o más individuos se balancean sobre el cofre de un auto mientras otro igual de inteligente y de borracho lo maneja. Sus astutos amigos lo levantaron del pavimento, y supusieron que no respondía porque tendría mucho sueño. Lo subieron al asiento trasero para que descansara y lo dejaron ahí hasta la mañana siguiente, cuando nos lo trajeron, únicamente para declarar su cerebro oficialmente muerto.
Una vez entré a un cuarto de terapia intensiva riéndome de lo que una enfermera me acababa de decir. La sonrisa enorme abarca mi boca entera, enseñando todos mis dientes, incluyendo el que me rompí en el accidente aquél, cuando mis ojos se encuentran con los ojos de una mamá destruida. Su hijo de dieciocho años se tomó una botella entera de Tylenol para demostrarle a su novia que lo acababa de dejar, lo mucho que la quería. El Tylenol, que lo tomamos tan a menudo para jaquecas y dolores musculares, puede ser extremadamente tóxico para el hígado. Más de 4 gramos en un espacio de menos de 24 horas (que puede ser tan poquito como 8 pastillas, dependiendo de la dosis), puede causar falla hepática fulminante.
Un ser humano no puede sobrevivir por mucho tiempo con falla hepática fulminante. Por lo general lo primero que sucede es algo que se conoce como encefalopatía hepática, una condición en al cual el estado mental del paciente se deteriora rápidamente, hasta el punto que no pueden ni siquiera hablar o mantener su propia vía aérea. Lo típico es que son intubados pronto, y poco a poco sus órganos comienzan a fallar. La única solución suele ser un trasplante hepático, y la muerte llega en pocas horas si éste no se consigue. La mamá de Antonio acababa de tomar la decisión de “desconectarlo” y dejarlo morir en paz, después de considerar sus pocas posibilidades de sobrevivir. Lo que menos necesitaba en ese momento eran mis carcajadas.
No es que seamos cínicos, los médicos. Bueno, a la mejor lo somos, un poquito… Pero es que es necesario desarrollar mecanismos de defensa para que sobreviva el espíritu. Cuando cuento estas anécdotas, a la mejor lo hago con un poco de sarcasmo, o quizás se asoma la sombra de una risilla por la esquina de mi boca. Pero la verdad es que a pesar de eso, estos pacientes sufren de un dolor tremendo, y lo que es peor, generalmente hay por lo menos un papá, una mamá, una esposa o un hijo sufriendo más que el paciente mismo. Detrás de mi cinismo y el alto e inapropiado volumen con el que cuento mis historias en las fiestas, después de un par de cervezas, se esconde una profunda tristeza y algo de empatía por mis pacientes. Son los más estúpidos los que más me entristecen, porque sé que alguien con dos dedos de frente que cometió alguna tarugada tendrá la inteligencia de seguir adelante y enderezar su camino, mientras que aquellos que no cuentan con la suficiente masa encefálica, porque nacieron sin ella o la han ido dejando por ahí, embarrada en el pavimento, son los que regresarán una y otra vez a ser mis pacientes. Los estaré esperando.
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