Sunday, June 1, 2008

Abandono

Yo nunca hice el juramento hipocrático que en tantas escuelas de medicina en todo el mundo se hace. Es un documento que si bien tiene un significado histórico y filosófico interesante, nada tiene que ver con la medicina de hoy. Fue escrito probablemente por sus seguidores, ni siquiera por el propio Hipócrates, en 430 A.C., hace más de dos mil años. Nunca juré en nombre de Apolo, Esculapio, Higea y Panacea y todos los dioses y diosas que no daría un abortivo a una mujer, no ayudaría a morir a alguien que lo pidiera, ni tendría relaciones sexuales con mis pacientes o miembros de sus familias inmediatas. Y sin embargo, tengo ciertos principios y costumbres que el día de hoy me permiten dormir tranquilo en las noches y tener una conciencia limpia y tranquila sobre lo que hago con tanto gusto y devoción todos los días.

Un ser humano no puede controlar un sentimiento. Se puede controlar la respuesta a tal sentimiento, es decir, tomar una acción o no a partir de un deseo, pero no se puede controlar el origen de ese sentimiento. Tantas gentes (y quien diga que no se dice “gentes” que lea a Ibargüengoitia, gentes se refiere a el plural de la pluralidad de las personas) tan llenas de culpas por sentir esto o aquello, no se dan cuenta que el único lugar que es realmente privado, al que nadie puede entrar, es la región supratentorial, léase la chaveta.

No es mi intención que el Sr. Rodríguez me cause tanto disgusto. Desde el día aquél que tuve que dejar una cena que estaba disfrutando más que nada para venir a escuchar cómo es que durante los últimos dos meses ha tenido dolor abdominal y ha estado perdiendo peso, y hoy decidió venir a la sala de emergencias, de donde por supuesto, solicitaron una consulta quirúrgica. Pero, dígame, Sr. Rodríguez, qué cambió, hoy a las 11 de la noche, que decidió venir a la sala de urgencias? Pues nada, que finalmente decidí que era momento de atenderme. Entiendo… no podía esperar unas horas y venir a un consultorio, o haber venido antes? Claro que esa no fue la pregunta que salió de mi, más bien mostré interés en sus múltiples síntomas, escuché sus historias entre un síntoma y otro sobre su vida de soltero, que tanto disfruta a sus 57 años, exploré su abdomen, eché un vistazo largo y cuidadoso a su tomografía de abdomen, y le di la noticia.

Tiene usted un enorme absceso en su retroperitoneo. ¿En mi qué? ¿Tengo un qué? Tiene una gran infección en la pared posterior de su abdomen. Que de dónde viene? No lo sé bien todavía, pero lo que sí sé es que es necesario admitirlo, darle antibióticos fuertes, puncionar la colección de pus para drenarla y poder analizarla bajo el microscopio para ver exactamente de qué consiste, y lo más seguro, es que en unos días requiera una operación. ¿Que de dónde puede venir? Le voy a ser franco. Podría venir de un cáncer de colon que se ha perforado, pero podría tratarse de algo más benigno como un divertículo que se reventó. ¿Y usted qué cree, doctor? ¿Qué cree que sea? Un cáncer. Avanzado. Eso es lo que me dice la tripa, pero bueno, podría ser cualquier cosa, ya veremos.

No siento absolutamente nada de compasión por este hombre. Ni un solo miligramo o cucharada de compasión o empatía o siquiera pena por este individuo que ha perdido 20 kilos en los últimos dos meses y que seguramente, si estoy en lo correcto, tendrá uno o dos años de muerte lenta y dolorosa. Me desagrada su manera de hablar, de gesticular, sus quejas durante los siguientes días en mi servicio, las preguntas que tiene, la expresión en su cara, el olor a podrido que tiene su cuarto… Un vistazo a mi lista de pacientes, veo su nombre y me acuerdo de esa manera que tiene de hablar lento e interrumpir cada dos o tres oraciones para pasar saliva como si estuviera tragando un gran moco que desciende por detrás de su garganta.

Y sin embargo hay que operar. Después de unos días de tolerar el pase de visita por su habitación, llega el momento. Laparotomía exploradora (un término que básicamente significa le vamos a abrir la panza a ver qué encontramos), posible colectomía derecha vs. colectomía total, posible ileostomía o colostomía (la temida bolsa para defecar que todo paciente pide que no se le haga), drenaje y lavado de absceso intraabdominal y retroperitoneal…

Nunca antes había visto un absceso más grande. Mis manos recorren los confines del mismo, exploran todo el espacio retroperitoneal que en mis libros no es más que un “espacio virtual”, es decir, un espacio que no lo es, un espacio creado por dos estructuras que se encuentran juntas, y que no se separan a menos que… a menos que exista una colección de secreciones sanguinopurulentas como las que llenan este lugar el día de hoy. El tumor es una maraña de asquerosidad en medio de esta masiva infección que intentamos controlar. El tumor, la parte del intestino de la que nació, todas sus adherencias y sus anexos, son extirpados después de una cuidadosa disección. Y sin embargo…

Abandono esta ciudad que me acogió durante casi un mes, menos de una hora después de extirpar este cáncer. Satisfecho porque me deshice de él, pero inquieto por mi inhabilidad por incorporar su sufrimiento a mi sentir. Manejo cuatro horas hacia el norte, tan solo para darme cuenta que no me deshago de esta desazón. Maldita humanidad que me hace sentir y no sentir. Maldita humanidad que me llena de culpa y ausencia y vacío en medio de la mejor experiencia de mi entrenamiento entero. Maldita muerte, maldita vida.

“Si no creyera en la balanza
Si no creyera en mi camino
Si no creyera en mi sonido
Si no creyera en mi silencio”
(Silvio Rodríguez)

1 comment:

Unknown said...

Increible la facilidad de expresion tuya , sabes tu eres definitivamente indescriptible y me encanta estar leyendo estas cosas tuyas seguire ....
eres un loco Mexicano bueno no importa yo soy una loca Colombiana en una tierra de locos