“I’m gonna kick your fucking ass”, es, literalmente, lo que me dice mi adscrito. El cirujano a quien estoy ahora asignado, quien se supone será uno de mis mentores durante el siguiente mes, está digamos que un poco molesto conmigo. Y es que después de admitir a una paciente con una “obstrucción maligna”, un término que describe a alguien con un tumores en el abdomen que causan una obstrucción intestinal, hice lo que ella me pidió, y no necesariamente lo que era lo mejor para ella.
Parte del tratamiento de una obstrucción intestinal es pasar un tubo de plástico por la nariz hasta el estómago. Este tubo se conecta a un aparato que produce succión con la finalidad de mantener el estómago vacío y que los líquidos que ahí se producen no avancen hacia la obstrucción. Es una cuestión de física sencilla, si hay una obstrucción en el intestino, cualquier cosa que el estómago deje pasar se va a encontrar con un callejón sin salida y eventualmente regresar y ser expulsado por arriba a manera de vómito.
Su obstrucción es distal, casi al final de su tracto gastrointestinal, en la última parte del colon, hay algo que lo comprime e impide que haga su trabajo. La tomografía de abdomen es impresionante, el colon se encuentra dilatadísimo, lleno de excremento y gas que no encuentra salida. No es posible operar inmediatamente, en parte porque el Dr. S. tiene ya su agenda llena en otro hospital con otras operaciones y en parte porque será una operación muy compleja, y el hecho de que el colon está tan agudamente dilatado e infectado, hace más difícil la operación y eleva la posibilidad de una complicación.
Decidimos “temporizar” la obstrucción, es decir, pedir una consulta a gastroenterología para que intenten colocar un “stent” a través de esta obstrucción. Estos stents casi nunca funcionan por mucho tiempo, ya que el tumor los empuja y saca de su lugar. A la mañana siguiente el stent está en su lugar y ella se siente mejor. Me pide que le quite ese tubo que tiene en la nariz que es tan incómodo. Le explico que a pesar de que su colon ha comenzado a funcionar, todavía hay una obstrucción parcial y todavía hay mucho que no ha salido. Quitarle el tubo de la nariz, si bien podría funcionar, lo más probable es que en uno o dos días haya que volver a ponerlo. No me importa, doctor, por favor quíteme esta cosa que me molesta mucho.
No le queda mucho tiempo de vida. De hecho, aunque logremos solucionar la obstrucción, lo más seguro es que muera en unas cuantas semanas, quizás un par de meses. Siempre he tenido muy claro que un paciente debe tener toda la información sobre su salud en cuanto ésta se vuelva disponible y debe de tener siempre la última palabra en cuanto a la toma de decisiones se refiere. Si una paciente que va a morir pronto me pide que le quite un tubo que le causa un dolor tremendo en su nariz y una incomodidad espantosa, lo voy a hacer.
Cuando a la mañana siguiente sus síntomas de obstrucción regresan, y mi adscrito se entera que decidí quitarle el tubo, es cuando me informa lo que planea hacer con mi trasero. Cuando después de colocar otro tubo, y pasado otro día más, su colon se perfora su abdomen se llena de excremento, mi adscrito me dice, “por eso es necesario hacer lo mejor por un paciente, no lo que un paciente quiere”. Siento como la ira llena mi cara en forma de un color rojizo y una expresión no muy amistosa, pero le informo que opino que tiene la razón, aunque no sea así.
A las nueve de la noche, justo cuando intentaba (sin éxito) escribir algo que ligaría a Puccini y su obra inconclusa de Turandot con alguno de mis pacientes, quizás ella misma, me llaman para informarme que no se encuentra bien. Le duele el pecho (como un infarto), respira aceleradamente, está pálida y muy ansiosa. Regreso al hospital y confirmo que no se ve nada bien. Una tomografía urgente después, descarto un tromboembolismo pulmonar, el cual era mi primer diagnóstico diferencial, y confirmo mi más grande temor para ella: el abdomen está lleno de aire y líquido libres, lo que quiere decir que el intestino se ha reventado.
Un par de horas después estamos en el quirófano. Al entrar a la cavidad abdominal, en lugar de sangre a chorros como he visto en otras ocasiones, en pacientes de trauma, sale disparado un chorro de excremento líquido hacia el techo. Era tanto lo que se había acumulado y había tanta presión que salía el excremento cual fuente de plaza de pueblo. Las maniobras aprendidas para controlar el sangrado inútiles, succión y toallas, hasta que acabe esto. Dos o tres litros después, listos para ahora sí explorar, retirar la porción del colon que sufrió la perforación y hacer una ilesotomía.
Llego a mi casa a las 5 de la mañana, a dormir un par de horas. A las 8 me llaman, que su presión ha caído, que estamos dando vasopresores, que la frecuencia cardiaca está altísima, que venga pronto doctor porque no sabemos qué hacer. Por un par de segundos considero no hacer nada. Regresar a ese sueño donde ella… olvidarme de todo esto y dejarla morir en lugar de tenerla viva por tres semanas más en un cuarto de terapia intensiva. Y sin embargo me levanto, me visto y me largo al hospital.
Durante las siguientes 24 horas comienza a fallar todo de nuevo. Los riñones, los pulmones, el corazón. El esposo y sus hermanas, a su lado en todo momento, sufren con ella, o a pesar de ella. El pronóstico no es bueno. Les recuerdo que aun y si sobrevive estas horas, el cáncer se la llevará en cuestión de unos días.
Su esposo, un hombre de unos sesenta años, veterano de la guerra de Vietnam, ex prisionero de guerra, un hombre aunque viejo, con gran vitalidad, llora como una nena frente a mí. Ni él ni yo nos hemos rasurado hoy. Yo quiero llorar como una nena también pero me contengo. Creo que es el momento, doctor. Ella nunca hubiera querido ser mantenida viva de esta manera. Yo lo sé. Ella me lo dijo. Por favor, detengamos todo, detengámoslo ya.
Qué fácil es terminar con esta vida. O más bien, qué fácil es dejar de asirse artificialmente a ella. Se detiene la infusión continua de norepinefrina y neosinefrina. Los doscientos mililitros por hora de solución de Ringer con lactato son interrumpidos. A la basura con la piperacilina con tazobactam y el metronidazol. No más magnesio ni potasio ni fósforo ni solución de nutrición parenteral total. Colgamos algo de morfina y desconectamos el respirador. Le informo a la enfermera que estoy de acuerdo con que remueva el tubo endotraqueal.
En unos cuantos minutos, sin una pelea dramática, sin subir y bajar los brazos, o intentar tomar bocanadas de aire, sin una última palabra una última réplica o un último suspiro; su color cambia poco a poco a un azul muerte oscuro. Un alma vuelca sobre si misma una última vez antes de escapar hacia el universo de los recuerdos.
Mr. H sigue llorando como una nena. Bien jugado, M., bien jugado. Esta vez te dejé ganar, ya veremos cómo nos va con la que sigue.
Subscribe to:
Post Comments (Atom)
No comments:
Post a Comment