Saturday, September 27, 2008

South Park

“He’s a fighter!” es lo que dice la mamá de John M. cada vez que mueve una mano. No sólo los miembros de mi equipo de terapia intensiva le hemos dicho una y otra vez que el hecho de que sus órganos, casi todos ellos, han estado fallando uno tras de otro, sino que el resto de los equipos que hemos consultado a lo largo de este proceso lo han hecho también. Su electroencefalograma continuo no demuestra actividad desde hace varios días. Sus pulmones funcionan gracias a nuestro ventilador en APRV, una manera especial de darle oxígeno a sus pulmones, para la cual no hay suficiente evidencia que nos diga que va a funcionar o no. Sus riñones no han producido orina desde hace ya varios días. Su hígado no produce los elementos básicos necesarios para la cascada de coagulación. Su médula ósea produce la mínima cantidad de plaquetas posibles, y las que le damos artificialmente, su cuerpo las destruye.

Pero su hijo lucha por su vida. O por lo menos es lo que ella piensa. Y es que hace un par de años él “estuvo en coma en Las Vegas y se recuperó milagrosamente” (a veces hablan español, a veces inglés). Me contengo de hacer la misma broma que hice durante el pase de visita, “lo que pasa en Vegas, se queda en Vegas”, pero me imagino la situación en aquella ciudad de vicio e insomnio. Seguramente con su panhipopituitarismo, una condición en la cual su hipófisis, el órgano que produce ciertas hormonas vitales para sobrevivir, nunca ha funcionado del todo bien, le causó lo que llamamos un “coma diabético” o algo por el estilo. Una condición, que aunque se llama coma, es potencialmente reversible. Lo que ahora tiene no lo es. Su colon se ha perforado. Su abdomen y su sangre se han llenado de bacterias, esto ha desencadenado una serie de eventos que ha terminado por destruir toda esperanza de una vida razonablemente buena.

Pero alguien más en alguna ocasión ya les dijo que no sobreviviría y pues aquí está… Tomo responsabilidad por esta falta de comunicación. “Nosotros” (los médicos), a la par de las telenovelas mexicanas, la tía que tiene un primo que tenía un amigo, que su novia salió del coma, somos los responsables de estas falsas esperanzas. ¿Cómo decirle que su hijo va a morir? ¿Cómo decirle a su novia (que por cierto, desde hace más de dos semanas que no viene a visitarlo) que sus caras jamás se unirán en un beso una vez más?

Todos sus dedos, los de sus manos y sus pies, están negros. No porque las enfermeras no los han limpiado, sino porque los eritrocitos que llevan el oxígeno hacia ellos no pueden llegar. Lo único que puede suceder si continuamos es que por sí solos vayan cayendo uno a uno, justo como fruta madura que cae de un árbol. ¿Quién quiere despertar para darse cuenta que no tiene la capacidad de tomar con sus propias manos un vaso con agua, ni hablar de caminar, o hacer el amor, o patalear en medio de una rabieta?

Hace un par de años finalmente hice caso y vi mi primer episodio de South Park. Mientras pasábamos visita lo mencioné y todos rieron, pero al final estuvieron de acuerdo. Fue un episodio creado durante aquella época de Terri Schiavo (¿ortografía?). Por primera vez me di cuenta cuán inteligentes eran este par de canadienses. Kenny había muerto, una vez más. Los médicos lo mantenían vivo con todos los aparatos que podían. Las discusiones políticas, éticas, morales y personales no cesaban. Los amiguitos de Kenny, si mal no recuerdo, lo querían vivo, sus médicos intentaban “desconectarlo”. La ciudad entera se rebelaba ante este intento de los galenos de “jugar a ser Dios”.

Lo que ellos no veían, es que Kenny era un experto en el más nuevo juego de Super Nintendo, o X-box, o Sega, o Playstation o lo que fuera (nótese mi total ignorancia streetfighteresca). Había en ese momento una gran pelea entre las fuerzas del mal y las del bien (léase el Cielo y el Infierno) sobre quién ganaría la última batalla del heavenfighter oalgoasí. Casi como aquella película “Sin noticias de Dios”, donde después de enamorarnos más de Penélope Cruz, nos damos cuenta que es un gordo vendedor de drogas cuyo castigo fue convertirse en una bella mujer y regresar a la tierra con un plan diabólico, algo nos despierta de la obnubilación. Kenny era vital para evitar la catástrofe universal causada por la victoria del reino oscuro contra la bondad universal. Los pequeños angelitos y diablitos que sobrevuelan la manifestación (nadie vestía de blanco), después de leer las pancartas que nos suplican dejar de jugar a ser un Ser Divino, replican: “¡Pero son ustedes quienes están jugando ese juego! Necesitamos a Kenny”.

Cuán inocente he sido. Cuántas veces me he dejado llevar por el egocentrismo del cirujano del siglo XXI que cree que todo lo puede solucionar. Cuántas veces no he pensado, con mis tomografías y mis ventiladores, y mis vasopresores, y mi cuchillo, y mis productos sanguíneos, y mis journals electrónicos, que puedo “salvar” a este individuo, cuando lo que el mentado individuo lo que quiere es dejarme ir. A mí. A su soldado vestido de verde y blanco. No soy su redentor, soy su aliado, y como tal, no puedo continuar esta mentira.

John M. para efectos prácticos, ha fallecido. No ha pasado a mejor vida, como nos encanta decir. Ha pasado a un estado de falsas esperanzas y de una tecnología fascinante. A las seis y media de la mañana, todos los días, incluyendo mañana (no he podido dormir aunque sé que estoy de guardia mañana), pasamos visita todos los días y ajustamos nuestro Monopoly-God. ¿Hasta dónde?, me pregunto yo.

Querida muerte: dónde has estado. Sé que te he descuidado. Que la misma razón por la que no he escrito en las últimas semanas (que has estado DEMASIADO presente por un par de meses y luego ausente por el siguiente) ahora no me acompañas. Vuelve. Charla conmigo y con la familia de este hombre a quien no aspiro ser.

Todos tenemos figuras que admiramos. Ya sea un Dr. Fogarty, que tiene más de cien inventos médicos y un viñedo en California, o Lil Wayne, quien después de una larga discusión entiendo que su actuación en Saturday NIght Live no es una negación a su propia política, sino una demostración que no la tiene (o que aquélla se basa en su amor por el dinero). Mis figuras siguen siendo las mismas, pero la más nueva es John M. Tu familia te ama, tu equipo de médicos te ama (sí, yo amo, a mi propia manera), tu Dios, quien quiera que sea, te ama. No me permitas continuar con esto. Gracias por tus señales, mañana hablaré con tu familia, una vez más.

Regreso a la poética canción que comenzó este blog y me pregunto dónde es que nace la esperanza, y cuál es mi rol dentro de la misma. Gracias, Silvio.

“Si no creyera en lo más duro
Si no creyera en el deseo
Si no creyera en lo que creo
Si no creyera en algo puro”
- Silvio Rodríguez

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